Todo 
            estaba preparado. En el año 1991, en que empecé a practicar 
            Renacimiento (o rebirthing), tomé conciencia de la importancia 
            de ofrecer a los bebés un espacio de paz durante el embarazo 
            y de cuidar todo lo concerniente al parto. En una sesión de 
            renacimiento recordé mi propio nacimiento y cómo me 
            afectaron los sonidos metálicos de la sala de partos. Durante 
            el parto, inconscientemente, asocié estos sonidos al momento 
            de ansiedad y miedo que percibí en mi madre. Y desde entonces 
            fui presa de estos ruidos, de forma que, cuando oía sonidos 
            metálicos, conectaba directamente con este tipo de emociones, 
            sin ser consciente de ello. Yo ya sané mi propio trauma. 
          
          Naturalmente, 
            cuando me quedé embarazada, en mayo de 2003, puse en práctica 
            todos mis conocimientos sobre el tema y me puse en manos de personas 
            que nos pudiesen ayudar.  
          Tuve 
            un embarazo estupendo, me sentía espléndida, radiante, 
            contenta. Durante esos meses me tomé un ciclo de sesiones de 
            renacimiento en las cuales tomé consciencia de mis miedos y 
            trabajé en su liberación y trascendencia. Recibí 
            masajes y sesiones de watsu en una piscina de agua caliente. Nadé 
            con ballenas y delfines. Nuestra idea era parir en agua, un medio 
            en el cual disfruto muchísimo. 
          Mi 
            pareja y yo asistimos a cursos de preparación al parto. Nuestra 
            matrona y amiga es una mujer con mucha experiencia, amorosa y muy 
            consciente. Mi ginecólogo nos apoyaba a traer a nuestra bebé 
            en casa. El estaría a la escucha. Nos había dado sus 
            números de teléfono por si era necesario llamarlo. Teníamos 
            todo lo que se puede desear y más: El amor entre nosotros, 
            el deseo de recibir a nuestra bebé, los amigos y familiares 
            para apoyarnos durante el parto y en los días posteriores, 
            una casa acogedora y tranquila con una estupenda bañera redonda, 
            un cubo para la placenta, caléndula, los remedios homeopáticos 
            necesarios, todo limpio,… La esperábamos hacia el 15 
            de febrero. 
          En 
            el séptimo mes, Alba estaba sentada y en el octavo también. 
            Mi pareja me hacía acupuntura, yo practicaba unos ejercicios 
            de culturas indígenas, todas las noches me ponía con 
            una luz entre las piernas, tomé flores de Bach,… Todo 
            esto para ayudar a Alba a girarse. Y además, cuidábamos 
            de hacerlo con alegría y dedicación; eran como meditaciones, 
            con música suave, agua para beber, con mucho mimito hacia mí 
            misma y hacia Alba. Eran momentos también de la pareja. Estábamos 
            juntos, nos reíamos, charlábamos,… ¡Lo pasamos 
            muy bien! 
          El 
            día en que nacería Alba solté el tapón 
            mucoso hacia las 12:00 del mediodía. Me sentía genial. 
            Llamé al ginecólogo y me dijo que fuera a su consulta 
            para ver cómo estaba. Fuimos esa tarde, hacia las 5:00. Alba 
            seguía sentada. Si no se daba la vuelta antes del lunes, día 
            15, me programarían una cesárea.  
          Algo 
            que aprendí hace ya algunos años es que de nada sirve 
            resistirse. La lucha sólo genera dolor. La aceptación 
            brinda paz. Así que hablé con Alba y le dije: “Querida 
            mía, quizás mi deseo no es el tuyo. Seguro que tienes 
            alguna razón para no girarte. Si te apetece darte la vuelta, 
            estaré encantada, pero si decides continuar sentada, también 
            estaré encantada. Estamos juntas en esto, y sea como sea te 
            daremos la mejor bienvenida que podamos. ¡Te quiero, hija!”. 
          
          ¡Y 
            sí!, creo que Alba sabía algo que yo ignoraba. Hacia 
            las diez de la noche, yo estaba tumbada descansando y sentí 
            como si algo se abriera en mi vagina, una punzada. Noté que 
            salía un líquido tibio. ¿Sería la bolsa? 
            Alba es nuestra primera y única hija, así que todo era 
            novedoso para nosotros. ¡Efectivamente! Pero no sabía 
            que el agua era roja. Llamé a mi matrona, quien me sugirió 
            llamar al ginecólogo y me dijo que vendría conmigo. 
            Cuando le llamé a él me habló con tranquilidad 
            y dijo que iría ordenando que prepararan el quirófano 
            para la cesárea. Todos sabíamos que Alba seguía 
            sentada, así que habíamos aceptado completamente la 
            situación. 
          Me 
            vestí y nos fuimos en el coche, que conducía mi pareja, 
            mientras escuchábamos una suave música. Notaba alguna 
            contracción de cuando en cuando y respiraba como había 
            aprendido. ¡Y funcionaba! La ola pasaba y todo volvía 
            a estar tranquilo. 
          En 
            la clínica todo el personal fue muy amable y eficiente. En 
            poco tiempo me encontré en el quirófano con mi ginecólogo, 
            el anestesista y dos enfermeras. Me pusieron la espinal, un tipo de 
            anestesia, parecida a la epidural, que me permitía ser consciente 
            de todo lo que iba pasando sin sentir ningún dolor. ¡Y 
            no oí sonidos metálicos! Me di cuenta que utilizaban 
            unas telas verdes sobre las bandejas metálicas que impedían 
            el ruido. A las 0:30 horas mi ginecólogo me presentó 
            a Alba. ¡Era preciosa! ¡Me encantó!... ¡Y 
            fue todo tan fácil! 
          Esa 
            noche Alba se quedó con nosotros en nuestra habitación. 
            Su papá se encargó de vestirla y de ponerla a mi lado. 
            Yo la miraba alucinada, casi no podía creerlo. ¡Cuánta 
            gratitud sentía hacia la Vida y hacia todos los que nos habían 
            ayudado! 
          Y 
            claro, el líquido amniótico no es rojo. Yo estaba sangrando 
            porque la placenta estaba empezando a desprenderse. Eso me lo contó 
            el ginecólogo la mañana siguiente. Y yo estoy segura 
            que la posición que Alba adoptó fue la más apropiada 
            porque permitió que tuviéramos la asistencia necesaria 
            para esos casos. Todavía sentía más gratitud 
            y la sigo sintiendo hoy. 
          Antes 
            de quedarme embarazada ya me sentía realizada como mujer. Y 
            ahora me sigo sintiendo realizada. Creo que el embarazo y el acto 
            de dar a luz son pasitos en lo que se llama la “maternidad”. 
            Creo que ser madre es algo más duradero, es un aprendizaje 
            constante, es una bendición. Y creo firmemente que no es lo 
            que pasa en nuestras vidas lo que nos hace daño, sino la forma 
            en que interpretamos lo que nos ocurre. Tenemos el poder dentro de 
            nosotros para hacer de nuestra vida una bendición. 
          Y 
            esta historia que has leído es una historia más: ¡Nuestra 
            historia!. La he escrito, por petición de una amiga, ¡gracias 
            Eva!, con el propósito de que pueda ayudar a la mujer, a su 
            pareja, a los familiares y a los profesionales cercanos, a desapegarse 
            de viejos y de nuevos clichés, a aceptar las cosas como realmente 
            son en el presente y a maravillarnos por nuestro proceso, sea el que 
            sea, es único e irrepetible. ¡Y sólo por eso es 
            especial y mereces sentirte en paz!  
           
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