UN NACIMIENTO PARA FLUIR
Natividad Jiménez Saavedra
Artículo publicado en la revista OBSTARE
8 de mayo de 2005
natividadjs@yahoo.com


Todo estaba preparado. En el año 1991, en que empecé a practicar Renacimiento (o rebirthing), tomé conciencia de la importancia de ofrecer a los bebés un espacio de paz durante el embarazo y de cuidar todo lo concerniente al parto. En una sesión de renacimiento recordé mi propio nacimiento y cómo me afectaron los sonidos metálicos de la sala de partos. Durante el parto, inconscientemente, asocié estos sonidos al momento de ansiedad y miedo que percibí en mi madre. Y desde entonces fui presa de estos ruidos, de forma que, cuando oía sonidos metálicos, conectaba directamente con este tipo de emociones, sin ser consciente de ello. Yo ya sané mi propio trauma.

Naturalmente, cuando me quedé embarazada, en mayo de 2003, puse en práctica todos mis conocimientos sobre el tema y me puse en manos de personas que nos pudiesen ayudar.

Tuve un embarazo estupendo, me sentía espléndida, radiante, contenta. Durante esos meses me tomé un ciclo de sesiones de renacimiento en las cuales tomé consciencia de mis miedos y trabajé en su liberación y trascendencia. Recibí masajes y sesiones de watsu en una piscina de agua caliente. Nadé con ballenas y delfines. Nuestra idea era parir en agua, un medio en el cual disfruto muchísimo.

Mi pareja y yo asistimos a cursos de preparación al parto. Nuestra matrona y amiga es una mujer con mucha experiencia, amorosa y muy consciente. Mi ginecólogo nos apoyaba a traer a nuestra bebé en casa. El estaría a la escucha. Nos había dado sus números de teléfono por si era necesario llamarlo. Teníamos todo lo que se puede desear y más: El amor entre nosotros, el deseo de recibir a nuestra bebé, los amigos y familiares para apoyarnos durante el parto y en los días posteriores, una casa acogedora y tranquila con una estupenda bañera redonda, un cubo para la placenta, caléndula, los remedios homeopáticos necesarios, todo limpio,… La esperábamos hacia el 15 de febrero.

En el séptimo mes, Alba estaba sentada y en el octavo también. Mi pareja me hacía acupuntura, yo practicaba unos ejercicios de culturas indígenas, todas las noches me ponía con una luz entre las piernas, tomé flores de Bach,… Todo esto para ayudar a Alba a girarse. Y además, cuidábamos de hacerlo con alegría y dedicación; eran como meditaciones, con música suave, agua para beber, con mucho mimito hacia mí misma y hacia Alba. Eran momentos también de la pareja. Estábamos juntos, nos reíamos, charlábamos,… ¡Lo pasamos muy bien!

El día en que nacería Alba solté el tapón mucoso hacia las 12:00 del mediodía. Me sentía genial. Llamé al ginecólogo y me dijo que fuera a su consulta para ver cómo estaba. Fuimos esa tarde, hacia las 5:00. Alba seguía sentada. Si no se daba la vuelta antes del lunes, día 15, me programarían una cesárea.

Algo que aprendí hace ya algunos años es que de nada sirve resistirse. La lucha sólo genera dolor. La aceptación brinda paz. Así que hablé con Alba y le dije: “Querida mía, quizás mi deseo no es el tuyo. Seguro que tienes alguna razón para no girarte. Si te apetece darte la vuelta, estaré encantada, pero si decides continuar sentada, también estaré encantada. Estamos juntas en esto, y sea como sea te daremos la mejor bienvenida que podamos. ¡Te quiero, hija!”.

¡Y sí!, creo que Alba sabía algo que yo ignoraba. Hacia las diez de la noche, yo estaba tumbada descansando y sentí como si algo se abriera en mi vagina, una punzada. Noté que salía un líquido tibio. ¿Sería la bolsa? Alba es nuestra primera y única hija, así que todo era novedoso para nosotros. ¡Efectivamente! Pero no sabía que el agua era roja. Llamé a mi matrona, quien me sugirió llamar al ginecólogo y me dijo que vendría conmigo. Cuando le llamé a él me habló con tranquilidad y dijo que iría ordenando que prepararan el quirófano para la cesárea. Todos sabíamos que Alba seguía sentada, así que habíamos aceptado completamente la situación.

Me vestí y nos fuimos en el coche, que conducía mi pareja, mientras escuchábamos una suave música. Notaba alguna contracción de cuando en cuando y respiraba como había aprendido. ¡Y funcionaba! La ola pasaba y todo volvía a estar tranquilo.

En la clínica todo el personal fue muy amable y eficiente. En poco tiempo me encontré en el quirófano con mi ginecólogo, el anestesista y dos enfermeras. Me pusieron la espinal, un tipo de anestesia, parecida a la epidural, que me permitía ser consciente de todo lo que iba pasando sin sentir ningún dolor. ¡Y no oí sonidos metálicos! Me di cuenta que utilizaban unas telas verdes sobre las bandejas metálicas que impedían el ruido. A las 0:30 horas mi ginecólogo me presentó a Alba. ¡Era preciosa! ¡Me encantó!... ¡Y fue todo tan fácil!

Esa noche Alba se quedó con nosotros en nuestra habitación. Su papá se encargó de vestirla y de ponerla a mi lado. Yo la miraba alucinada, casi no podía creerlo. ¡Cuánta gratitud sentía hacia la Vida y hacia todos los que nos habían ayudado!

Y claro, el líquido amniótico no es rojo. Yo estaba sangrando porque la placenta estaba empezando a desprenderse. Eso me lo contó el ginecólogo la mañana siguiente. Y yo estoy segura que la posición que Alba adoptó fue la más apropiada porque permitió que tuviéramos la asistencia necesaria para esos casos. Todavía sentía más gratitud y la sigo sintiendo hoy.

Antes de quedarme embarazada ya me sentía realizada como mujer. Y ahora me sigo sintiendo realizada. Creo que el embarazo y el acto de dar a luz son pasitos en lo que se llama la “maternidad”. Creo que ser madre es algo más duradero, es un aprendizaje constante, es una bendición. Y creo firmemente que no es lo que pasa en nuestras vidas lo que nos hace daño, sino la forma en que interpretamos lo que nos ocurre. Tenemos el poder dentro de nosotros para hacer de nuestra vida una bendición.

Y esta historia que has leído es una historia más: ¡Nuestra historia!. La he escrito, por petición de una amiga, ¡gracias Eva!, con el propósito de que pueda ayudar a la mujer, a su pareja, a los familiares y a los profesionales cercanos, a desapegarse de viejos y de nuevos clichés, a aceptar las cosas como realmente son en el presente y a maravillarnos por nuestro proceso, sea el que sea, es único e irrepetible. ¡Y sólo por eso es especial y mereces sentirte en paz!

 

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